Emotivo, brillante y profundo, el hilo conductor del pregón han sido diez palabras como si fuesen las cuentas de un Rosario.

«Como un niño que pronuncia sus primeras palabras». Así se presentaba esta tarde en la iglesia de San Vicente el pregonero de la Cofradía de las Angustias, Juan José Carbajo, junto a la imagen de Nuestra Madre. Comenzaba así un pregón lleno de ternura, de emoción, de sentimiento y de fe profunda, basado en diez pilares, en diez palabras «como los diez avemarías de un Rosario», del verso a la prosa y de la prosa a la música.

«Diez son las palabras que este niño quiere decir o al menos intentar balbucir a su madre: Madre, Hijo, cimiento, esperanza, soledad, comprensión, silencio, entrega, muerte y vida», anunciaba el joven pregonero, licenciado en Teología, estudiante de Derecho Canónico y cofrade de Nuestra Madre, quien agradecía a la cofradía y a su presidenta, Isabel García Prieto, el privilegio de poder elevar la voz junto a la Virgen.

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Su primer «avemaría» fue para la Madre, reflejando en la Virgen de las Angustias a todas las madres del mundo. «En ese rostro hay miles de madres porque si es cierto que madre no hay más que una, también es cierto que en María están todas las madres y en cada madre está María».

En su segundo «avemaría», el pregonero se refirió al vínculo que une a la madre con el hijo, como si las largas filas de cofrades de la noche del Viernes Santo fuesen un cordón umbilical que une a vivos y muertos; un cordón umbilical «que nos une con aquellos que no pueden venir, que están lejos o enfermos en casa o el hospital y de los que no nos olvidamos. De un hermano uno no se puede olvidar nunca, pues si a la madre nos une el cordón umbilical hay algo muy profundo que nos une al hermano: compartir el mismo vientre (su capilla), la misma casa (la cofradía), su Hijo. Nos une la Madre que nos llama a todos cada año con el sonido eterno del barandales».

La tercera cuenta de su Rosario, el «cimiento», ha sido una bella dedicatoria a los cargadores de la Virgen. «Son ellos quienes la cargan con mimo, la cargan agradeciendo, la traen andando a ritmo lento, pausado, sereno, no es noche de estridencias, es noche de pasos cortos, firmes, rectos como un guerrero al defender lo suyo, como unos hijos orgullosos de la Madre que llevan sobre sus hombros», mientras que la cuarta, «Esperanza», ha sido un hermoso recordatorio a la esperanza, a la vida, a las mujeres y también a otra de las advocaciones más queridas por los zamoranos. «Porque da igual que suba la cuesta, nuestra cuesta, con un manto verde cuajado de estrellas, entre mantillas y flores o que salga el Viernes Santo en la amargura más plena, Nuestra madre, es madre de la espera».

Emocionante fue su quinto «avemaría», el de la soledad, sin olvidar a la Virgen de la Soledad, una soledad que se vive día a día porque «todos experimentamos que la muerte de alguien nos deja un hueco de soledad, porque en el fondo nos han robado un trozo de nuestra propia vida y solo la pena callada, profunda, se vuelve nuestra compañía. Así lo dejó sublimemente reflejado en una Iglesia vecina, el mismo que a Nuestra Madre un día esculpiera. Soledad nada más porque otra palabra sería adorno, palabrería, basta esta palabra para que a Zamora se le llene el alma: soledad es el mejor resumen de aquellos días del Viernes y Sábado Santo, incluso
la soledad de la Virgen es para los zamoranos compañía». En este capítulo, el pregonero tuvo un emocionado recuerdo para su abuela, devota de la Virgen, a quien acompañaba a la capilla de San Vicente.

Con hondura, con fe y con una gran belleza en la prosa y en el verso, el pregonero recorrió con la palabra el resto de los misterios, la comprensión en la que se forjan los amigos y los hermanos y hermanas de luto y caperuz; el silencio que se respira en la ciudad; la entrega de la madre y del hijo y el camino que lleva a la «muerte», uno de sus «avemarías» más íntimos al recordar en su niñez la pérdida de un joven primo y entender lo que era el sufrimiento al ver reflejada en su tía la expresión de la madre que ha perdido a un hijo.

Pero el pregón desembocaba en la vida, en la profunda vida de una cofradía de 600 años, en la vida de la noche del Viernes Santo cuando Zamora se siente viva junto a Nuestra Madre.

El epílogo del pregón fue un cúmulo de vivencias y sensaciones, un precioso ejercicio de reflexión y agradecimiento de quien se ha sentido como un niño que ha pronunciado sus primeras palabras para la Madre, para finalizar con los versos del inmortal Claudio Rodríguez «Como si nunca hubiera sido mía/ dad al aire mi voz y que en el aire/ sea de todos y la sepan todos.»

Una cerrada ovación ha cerrado el pregón de Juan José, brillante, emotivo y profundo. A los pies de la Virgen quedaban depositadas las preciosas palabras de un maravilloso pregonero que ha cantado en voz alta el orgullo de sentirse su Hijo.

 

Fuente texto: Zamora News (Ana Pedrero).

Video: Sara Gallego.